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En una escuela pública, un chico fue empujado en las escaleras por otro compañero (al parecer esta acción es una de las más difundidas entre las agresiones escolares). Como resultado, el chico se lastimó fuertemente el brazo izquierdo.

El muchacho avisó a su maestra que tenía un fuerte dolor en el brazo, y pidió permiso para llamar a su casa para que pasaran por él. La profesora pensó que se trataba de una excusa para faltar a clases, y aunque todo el grupo le aseguró que el alumno había sido empujado por otro ella no lo creyó.

Como al niño le seguía doliendo mucho el brazo, otro compañero le aseguró que podía "acomodárselo" y lo jaló con fuerza. El chico sintió entonces mucho más dolor, pero aún así no llamaron a la familia.

Al llegar la salida los padres del muchacho notaron que estaba lastimado y lo llevaron al médico. El niño se había lastimado los nervios a la altura del hombro al caer, si hubiera recibido atención médica inmediata no habría habido mayor problema; pero al jalar el brazo, el compañero del chico desprendió del todo los nervios lastimados y ahora requería una cirugía más años de terapia, los cuales no garantizaban que el niño recuperara la movilidad de su brazo.

Los padres demandaron a la escuela y a la profesora.

En muchos casos de agresión (si no la mayoría), los maestros y autoridades escolares están al tanto; pero no intervienen por considerar que el asunto es problema de los estudiantes, que no es relevante por ser "cosa de niños". Simplemente no le creen a la víctima o piensan que es "un llorón" que de todo se queja y ese no es su problema.

La negligencia de las autoridades al minimizar el problema o ignorarlo tiene serias consecuencia como lo acabamos de ver. No sólo le cuestan graves daños físicos a las víctimas de agresión escolar, sino emocionales también. Y es responsabilidad de los dirigentes de los planteles escolares ayudar a controlar este problema.

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