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El agresor generalmente proviene de hogares donde impera la violencia, y por inseguridad busca el poder porque no conoce otra forma de relacionarse.
La psicóloga Guadalupe Hernández Magro (coordinadora de Psicopedagogía del Nivel Medio Superior del colegio Justo Sierra), asegura que los agresores son en ocasiones jóvenes que se sienten "princesas" o "campeones" porque sus padres les han hecho creer que se merecen todo, así que agreden a otros que consideran menos o más débiles que ellos:
"Es bueno fomentar la autoestima, pero no llegar a la sobrestima. La autoestima me sirve para conocer mis virtudes, pero también mis defectos, pero si yo creo que soy maravillosa, entonces me siento con el derecho de hacer lo que yo quiera y le pierdo el respeto a los demás. El problema del bullying tiene que ver con la madurez psicológica para no permitir que el otro me falte el respeto, ni yo faltarle el respeto a él por suponer que es más débil que yo".
La víctima por otro lado, posee una personalidad que de alguna manera provoca al agresor; tiene características que lo hacen blanco de la agresión que no necesariamente son físicas. Lo que motiva la agresión es el hecho de que los demás lo perciban como débil.
Tiene mucho que ver cómo lo ha formado la familia, y casi siempre son niños provenientes de familias sobreprotectoras. Se puede considerar que la sobreprotección también causa bullying de alguna manera.
Por último los espectadores, algunos de ellos toman parte de las burlas y otros más no intervienen, sin darse cuenta del mal que causan al no impedir la agresión. La indiferencia hacia el dolor humano también es una causa de bullying.
Para prevenir el bullying debemos enseñar a nuestros hijos el respeto por los demás, esto se hace con el ejemplo y eliminando la violencia de nuestros hogares. Debemos enseñar que nadie es menos que nosotros sólo porque su forma de ser es diferente.
También tenemos que dejar de sobreproteger a nuestros niños. La sobreprotección es una forma de maltrato que hace sentir al niño poco apto para la vida. No debemos hacer por ellos lo que ellos pueden hacer por sí mismos.
Y por sobre todas las cosas, debemos de enseñar a los hijos a que intervengan para evitar el mal a otro ser humano. No está bien que se queden impávidos ante la desgracia ajena ni mucho menos que sean cómplices. Para esto hay que incentivarlos a que tengan su propia personalidad, y que no siempre deben hacer lo mismo que los demás.
27 de octubre de 2010, 19:53
ta bueno